Se ha contado casi hasta la saciedad cómo un grupo variopinto de estadounidenses lograron imponerse a Inglaterra (inventores de este deporte y clarísimos favoritos) a base de coraje y gracias a un poco de buena fortuna. Aquella victoria por 1-0 fue pura suerte, una rareza lograda por un grupo de casos perdidos a los que se agrupó a última hora antes de la fase final de 1950, y que fueron más de vacaciones que a buscar la gloria deportiva. Intentaremos aclarar algunos de esos mitos mientras estas dos selecciones (que aún representan el papel de David y Goliat del fútbol) se preparan para este importante choque en la fase de grupos.
“Se ha dicho que fue pura suerte”, cuenta a FIFA.com Walter Bahr, hoy con 83 años y correoso defensa del seleccionado estadounidense en aquel día de junio en Minas Gerais. “Pero no estoy de acuerdo. Nos esforzamos mucho en aquel partido y éramos mejores de lo que se creía”. La voz de Bahr suena sólida a medida que comparte con nosotros sus recuerdos.
Se dice que Inglaterra (que reservó a su estrella, Stanley Mathews, porque se esperaba que el partido fuera un paseo) tuvo seis ocasiones de gol en los primeros 12 minutos, con dos balones al poste. Estados Unidos, que en su primer partido estuvo por delante de España hasta que faltaban 15 minutos para el final antes de acabar perdiendo, había jugado solamente un partido de preparación antes de aquella Copa Mundial. Sin embargo, lo que Bahr nos cuenta desmonta la creencia de que aquella selección estadounidense era poco más que un grupo formado en el último momento y con poco en sus bolsillos. “Algunos de los jugadores de aquel equipo podrían haber jugado en cualquier lugar del mundo si la situación hubiera sido diferente”, explica un Bahr que, al igual que sus compañeros de equipo, ganó muy poco dinero jugando al fútbol. “Teníamos muy buenas parejas en el campo: Ed McIlvenny y yo, y Gino Pariani y Frank Wallace, por ejemplo. Puede que no nos conociéramos como equipo antes de viajar a Brasil, pero encajamos bien”.
Con respecto a los rumores de que los jugadores de la selección estadounidense (entre cuyos componentes había un cartero, un conductor de coche fúnebre, un lavaplatos y un estudiante) pasaron de juerga la noche anterior al gran partido, Bahr sólo puede reírse. “La mayoría de los jugadores ni siquiera bebían alcohol”, nos explica. “Por supuesto, alguno se tomaba alguna cerveza, eso era normal, pero no sé de donde salen esas historias”.

Después de capear el temporal desde el principio del partido, gracias sobre todo a la excelente labor del guardameta Frank Borghi, el momento decisivo llegó en el minuto 38. “A lo largo de los años, he visto algo así como diez descripciones distintas del gol”, nos dice Bahr. “He llegado a oír que Joe [Gaetjens] remató con la oreja y que yo estaba intentando quitarme el balón de encima. Puede que no fuésemos los jugadores más refinados pero sí que sabía la diferencia entre quitarme el balón de encima y un lanzamiento a puerta”.

“Recibí el balón a unos 35 metros en la banda derecha después de un saque de banda”, recuerda Bahr. “Avancé un poco y tiré desde unos 25 metros. Golpeé el balón bien e iba entre los tres palos”. Cuando el portero inglés salió para atajar el disparo en el segundo poste, Joe Gaetjens (un lavaplatos nacido en Haití que fue una de las últimas incorporaciones al equipo) cabeceó el balón al fondo de la red. “No vi cómo entró el balón, porque tenía a un defensa delante de mí, pero Joe siempre marcaba goles extraños, que requerían mucha capacidad atlética. Hay gente que dice que fue suerte, pero era un buen goleador”.

El contrapunto a la alegría de los estadounidenses por el gol que acabaría siendo el único del partido fue el guardameta de Inglaterra, Bert Williams, quien a sus 90 años habla con FIFA.com: “No recuerdo mucho del partido, es una espina que llevo clavada desde entonces”.
Como era de esperar, estos dos viejos rivales tuvieron reacciones diferentes cuando el sorteo para Sudáfrica 2010 quiso que estas dos selecciones compartieran grupo. “No quería que ese partido fuera una distracción para los muchachos”, nos cuenta Bahr. Por su parte, para Williams parece una herida reciente: “Cuando me enteré de que Estados Unidos e Inglaterra se enfrentarían en Sudáfrica, me trajo recuerdos que había intentado olvidar. Nunca se me va a pasar”.
“No hicimos piruetas ni celebramos a lo grande”, comenta Bahr con respecto al final del partido. “Simplemente, le dabas la mano al jugador que tenías más cerca”. Para Bahr y el resto de los jugadores de Estados Unidos, no hubo desfiles ni comités de bienvenida en el aeropuerto al volver a su país. “Mi mujer me fue a buscar al aeropuerto”, dice Bahr, quien por entonces era maestro de escuela. “Tenía un trabajo en un campamento de verano, y mi mujer me llevó allí directamente; ni siquiera fui a casa”.

Los actuales jugadores de Estados Unidos han sido reacios a hablar de aquel partido que pende sobre ellos mientras intentan hacer historia por sí mismos. “Lo que aquellos jugadores hicieron fue algo muy especial”, declaró el capitán de Estados Unidos, Carlos Bocanegra, tratando de poner en perspectiva aquel acontecimiento. “Pero eso fue hace mucho tiempo y ha llegado la hora de que nosotros logremos algo”.

Bahr verá la nueva versión de su clásico en su casa de la Pensilvania rural, “a 300 kilómetros del mundo”. Sus predicciones sobre un posible resultado y lo que puede sentir al ver el partido tienen un toque de dignidad y humor que sólo pueden dar las personas mayores: “Será especial de ver. Este equipo de Estados Unidos es peligroso, como nosotros en 1950. Espero que ganemos. Si no, espero que puedan salir con la cabeza alta. Ganar no siempre es lo más importante”.